domingo, 16 de marzo de 2008

EL PREDICADOR

Un predicador que buscaba honradamente el que los suyos cuestionaran lo que él decía, recurrió una vez a la siguiente estratagema: les contó la historia de un mártir que, tras ser decapitado, caminó con su cabeza en las manos hasta llegar a un anchuroso río. Una vez allí, como necesitaba ambas manos para nadar, agarró la cabeza con sus dientes y nadó hasta la otra orilla.
Se produjo un momento de absoluto silencio, y entonces, para satisfacción del predicador, alguien se levantó y dijo:
- ¡No pudo hacer tal cosa!
- ¿Por qué no?, preguntó expectante el predicador.
- Porque, si hubiera sujetado la cabeza con los dientes, no habría podido respirar.

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

En el reino de los animales domesticados, al cual yo pertenezco, es relativamente fácil comprobar como la terquedad de un burro se ve sobradamente superada por la estupidez del rebaño. Pero ambas son desbordadas de manera inconmensurable por la imbecilidad de la especie humana cuya estrechez de miras lleva a sus confesos a tratar de argumentar el más difícil todavía y conduce a sus posesos de modo irremediable a una levedad que se vuelve soportable únicamente en la medida en que no se hace consciente. Es el resultado de la fidelidad ciega a una idea ideologizada, el fruto de la profesión de una adolescencia prorrateada, incapaz de no entrar continuamente a todos los trapos como si viviera siempre en tiempo de rebajas. Es decir, justo y medido: lo del predicador y lo de mi marido. Por eso, ni siquiera lo siento: me encanta ser diferente, que rima con incoherente, y poner cara de algo, aunque sólo sea de circunstancias.

2 comentarios:

edu dijo...

¿Tu marido, Burka?
Eso no lo he entendido.
Lo demás, sí. Había gente (quizas todavía la hay) que lo llama alienación.
Supongo que es lo que hay.
Me voy a permitir recomendarte un libro, por cierto, que hace lo que tu en este post: Analizar la humanidad desde el punto de vista animal.
-"Akenatón. La historia de la Humanidad contada por un gato".Ed, Alfaguara.

Anónimo dijo...

Cuando creemos tener razón, no hay quien nos apee del burro, y nos hacemos tan tercos como el mismo animal que montamos. Pero, ¿quien es capaz de quitarse las anteojeras si no las vemos pq son precisamente para eso, para no ver y no desviaarnos?
De todas formas Burka, lleva cuidado con lo de ser diferente, no sea que tb puede ser síntoma de terquedad. En tu caso, espero que no. Ângelo