domingo, 7 de noviembre de 2010

EL HERRERO

Un viejo herrero confió a un amigo que su padre, herrero como él, siempre había querido que su hijo siguiera su misma profesión, mientras que la madre abrigaba la ilusión de que su hijo fuera dentista.
- ¿Y quieres que te diga una cosa?: estoy encantado de que mi padre se saliera con la suya porque, si hubiera sido dentista, me habría muerto de hambre. Y puedo demostrártelo.
- ¿Cómo?, preguntó el amigo.
- He estado en esta herrería durante treinta años y, en todo este tiempo, ni una sola vez me ha pedido nadie que le sacara una muela.

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

Cuántas veces hemos escuchado, e incluso invocado, el dicho de «vive como piensas o acabarás pensando como vives». Y, sin embargo, dedicamos una parte considerable de nuestro tiempo a buscar, si no inventar, argumentos que justifiquen, al menos ante nosotros mismos, la vida que llevamos. Mas, cuando una está convencida de algo, aunque sea sin conocimiento de causa, no necesita razones y lo que diga puede no tener sentido para los demás, ya que no precisa de lógica alguna. Por eso, a riesgo de parecer irracional y no es porque sea un animal, prefiero que me tachen de crédula o confiada, pues hace años que dejé de calentarme la cabeza tratando de entender por qué, justamente a mí, me tocó ser yo.