martes, 21 de abril de 2009

EL HABLADOR

Aquel peregrino no paraba de hablar desde que había entrado en la desértica meseta. Iba de un lado a otro dialogando con éste y con aquél, buscando conversación entre los otros peregrinos con los que caminaba desde hacía ya unas semanas.

En una de sus incursiones se aventuró a darle conversación al peregrino loco. Después de varios intentos por hacerle hablar sin conseguirlo, optó por lanzarse a un largo monólogo sobre su visión de la vida y de la realidad.

El peregrino loco, abrasado por la verborrea del hablador, aguardó pacientemente y en silencio durante algo más de veinte minutos. De pronto se detuvo y, mirándole a los ojos con una impasibilidad desconcertante, le dijo:

- Por mucho que hables no vas a poder huir de ti mismo.

Y, sin añadir nada más, continuó su camino.

(“El peregrino loco” Grian)

Con relativa frecuencia nos solemos tropezar con un tipo de personas que necesitan hablar pero no precisan ser escuchadas. Se trata de gente que no acomoda la velocidad del habla al oyente ni el tono de la voz al ambiente, se exhibe de manera obscena, utiliza a los demás como auditorio sobre los que vomitar su propaganda y dispone de un sinfín de recursos con tal de no afrontar su propia realidad. Pues, cuando te encuentras con alguien así, puedes optar por ignorarlo, pasar paraolímpicamente o sufrir con paciencia los desperfectos del prójimo: depende de qué lado de la puerta del baño te encuentres porque, en contra de lo que dicen que pensaban los clásicos, en estos casos, lo más doloroso es que te pille en medio.