Aquel peregrino no paraba de hablar desde que había entrado en la desértica meseta. Iba de un lado a otro dialogando con éste y con aquél, buscando conversación entre los otros peregrinos con los que caminaba desde hacía ya unas semanas.
En una de sus incursiones se aventuró a darle conversación al peregrino loco. Después de varios intentos por hacerle hablar sin conseguirlo, optó por lanzarse a un largo monólogo sobre su visión de la vida y de la realidad.
El peregrino loco, abrasado por la verborrea del hablador, aguardó pacientemente y en silencio durante algo más de veinte minutos. De pronto se detuvo y, mirándole a los ojos con una impasibilidad desconcertante, le dijo:
- Por mucho que hables no vas a poder huir de ti mismo.
Y, sin añadir nada más, continuó su camino.
(“El peregrino loco” Grian)