sábado, 31 de julio de 2010

EL BUENAZO


Cuando murió, el señor Buenazo tuvo que aguardar a la puerta del cielo mientras los ángeles examinaban los archivos referidos a él. Finalmente, el ángel encargado del registro le miró y exclamó:
- ¡Esto es fabuloso! ¡Es realmente inaudito! ¡En toda tu vida no has cometido ni un solo pecado, ni el más pequeño…! ¡No has hecho más que actos de caridad! ¿En qué categoría vamos a incluirte en el cielo? Por supuesto que no en la categoría de ángel, porque no lo eres… Tampoco podemos considerarte un ser humano, porque no has tenido ni una sola debilidad… No hay más remedio que enviarte de nuevo a la tierra durante un día, para que al menos puedas cometer un pecado… y regresar aquí como un ser humano.
Así fue como el señor Buenazo, disgustado y totalmente perplejo, se encontró de nuevo en una esquina de su ciudad, decidido a alejarse al menos un paso del sendero recto y estrecho.
Pasó una hora…, dos…, tres…, y allí seguía el señor Buenazo, preguntándose qué demonios tendría que hacer. Por eso, cuando una mujer pasó por allí y le hizo un guiño, el reaccionó con inusitada rapidez. La mujer no era precisamente un dechado de juventud ni de belleza, pero significaba para él su pasaporte al cielo; de modo que se fue a pasar la noche con ella.
Cuando amaneció, el señor Buenazo miró su reloj: debía darse prisa, pues no le quedaba más que media hora. Estaba vistiéndose a todo correr cuando, de pronto, se le heló la sangre al escuchar cómo la buena señora le gritaba desde la cama:
- ¡Oh, mi querido señor Buenazo, qué inmensa obra de caridad ha hecho usted conmigo esta noche!

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

Con demasiada frecuencia, la gente tiende a asociar la responsabilidad y la culpa cuando realmente se trata de cuestiones bien diferenciadas e independientes, que se refieren a situaciones que no tienen por qué estar relacionadas entre sí. La primera alude a todo aquello que una hace o, estando obligada, deja de o sin hacer. La segunda pertenece a un terreno moral y/o legal, ya que una se puede sentir y/o te pueden declarar culpable, incluso de algo de lo que no eres para nada responsable. Por tanto, no conviene gastar muchas energías en darse golpes de pecho cuando ya hay otros que se encargan de echarte su mierda encima. Es más, son muchas las ocasiones en las cuales quien la jode no resulta afectado o el que la caga, al final, no la paga. Por eso, a veces me pregunto por qué Dios, en lugar de echarse la siesta el último día, no se curró un mundo aparte en el que estuvieran todos los hijos de perra que sobran de éste. Así que disfruta cada día hasta que llegue el imbécil que te lo arruine porque tener la conciencia tranquila puede ser sólo síntoma de una mala memoria.