domingo, 11 de enero de 2009

EL PIANO

Un hombre que pretendía infundir a sus hijos el gusto por la música, decidió comprarles un piano.

Cuando aquella noche llegó a su casa, encontró a sus hijos contemplando el piano absolutamente perplejos. Y, al ver a su padre, le preguntaron:

- ¿Cómo se enciende?.

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

Cuando una se topa con determinados sujetos que tienen mucho verbo pero ningún predicado, le da por pensar que tal vez el buen Dios no dejó de currar porque estuviera cansado sino que, al ver la chapuza que había resultado, se quedó sin más paralizado. Y si no, ¿cómo es que algunos adolescentes de ahora, de cualquier edad y condición, parecen y realmente son infinitamente más estúpidos que los de antes? ¿Acaso la coincidencia del estadio evolutivo con la misma etapa de desarrollo de la sociedad actual está llevando la imbecilidad hasta límites insospechados? Es posible que el ser humano, supuestamente racional, pertenezca a una especie amenazada, o probablemente (¡vaya putada!) nunca haya existido como tal. Así que, ¡a disfrutar! aunque sea sin cenar.

viernes, 2 de enero de 2009

LA DISCUSIÓN

- Cuando cae una rebanada de pan al suelo, ¿dónde queda el lado untado de mantequilla: arriba o abajo?

- Abajo, naturalmente.

- No, señor, arriba.

- Hagamos la prueba.

Se untó de mantequilla por un lado una rebanada de pan, se arrojó al aire… y cayó con la mantequilla hacia arriba.

- ¡He ganado!

- Porque he cometido un error.

- ¿Qué error?

- Evidentemente, he untado el lado equivocado.

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

¿Para qué empeñarse en dar la razón a alguien cuando sencillamente no la puede tener o no la necesita? La adolescencia, sea cual sea su edad y su pelaje, se caracteriza por tener un pensamiento enmarañado (que no elaborado) y construido sobre pajas mentales que, lejos de dirigirse a explorar nuevas posibilidades de ser, es desaprovechado en lamentos y justificaciones del comportamiento si se refiere a uno mismo, y en puro cotorreo, hablar por hablar, cuando se trata de los demás. A menudo, oímos y decimos que hablando se entiende la gente…, si quiere, añado yo, pues no es obligatorio. Por eso, a quienes tengan a bien pertenecer a ese colectivo, les ruego encarecidamente, sin ánimo de molestar y agradeciéndolo de antemano, que si no tienen nada que decir, aunque no lo crean así, no me lo digan a mí.