jueves, 26 de febrero de 2009

EL OSO POLAR

Érase un osezno polar que un día le preguntó a su madre:

- Mami, ¿papá era también un oso polar?

- Por supuesto que era un oso polar.

Al cabo de un rato, volvió a preguntar:

- Dime, mami, ¿también el abuelo fue un oso polar?

- Claro que sí. También el abuelo.

- Y el bisabuelo, ¿también él fue un oso polar?

- Sí, también el bisabuelo… ¿A qué viene tanta pregunta?

- Es que me estoy congelando.

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

La mayoría de las personas, con independencia de la cultura o de la abominación que profesen y vayan o no al psicólogo, que rima con urólogo (un tío que te mira el tema con desprecio, te lo agarra con asco y te cobra como si te la hubiera chupado), suele estimar cualidades como la bondad, la justicia, la belleza e, incluso, la felicidad. Pero, por encima de todas ellas, destaca el valor de la unicidad, el cual no se presta a rebajas ni comparaciones y, paradójicamente, es la base del pensamiento divergente. Se trata de ser una misma de manera naturalmente diferente puesto que cuando alguien camina por un sendero ya marcado sólo va por donde antes han andado otros, o ha estudiado la educación para la ciudadanía, que es la asignatura en la que se aprende cómo hay que comportarse en la fila del paro.