lunes, 15 de diciembre de 2008

EL ABRIGO

Al bajar de la terraza de su casa, donde acababa de echarse la siesta, Nasrudin dio un traspié al pisar un escalón y rodó escaleras abajo.

- Pero ¿qué pasa?, le gritó su mujer que, desde la cocina, había oído el ruido de su caída.

- Nada importante, respondió Nasrudin poniéndose en pié. Ha sido mi abrigo que se ha caído por la escalera.

- ¿Tu abrigo?... Pero ¿y ese ruido?

- El ruido ha sido porque yo iba dentro.

(“La sabiduría de los cuentos” A. Jodorowsky)

Resulta sorprendente la apelación que hacen algunos al contexto en el que suceden las cosas para ocultar la responsabilidad personal, y la calificación de los hechos o las opiniones como desafortunadas, buscando desligarlas de la intencionalidad de quien las pronuncia o los ejecuta. Pero no es menos llamativa la re-acción infantil de los que se ponen de parte de una realidad que creen irreversible y la postura de aquellos que, invocando la estupidez de su eterna adolescencia, espetan y/o esputan, tratando de colorear su triste vida, que no se arrepienten de nada. En cualquier caso, tanto los de antes como los de ahora, se sitúen a un lado o enfrente, cacarean sus proclamas desde una pretendida falsa coherencia que, por más que les pueda reconfortar, no por eso deja de ser, a riesgo de que me tachen de palurda y a mi humilde modo de ver, simple y llanamente, una consecuencia absurda. ¡Joder!


lunes, 24 de noviembre de 2008

EL TAXISTA

Un profesor bastante distraído llegaba tarde a dar su clase. Saltó dentro de un taxi y gritó:

- ¡Deprisa! ¡A toda velocidad!

Mientras el taxista cumplía la orden, el profesor cayó en la cuenta de que no le había dicho adónde tenía que ir. De modo que volvió a gritarle:

- ¿Sabe usted adónde quiero ir?

- No, señor, dijo el taxista, pero conduzco lo más rápido que puedo.

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

Dada la prisa que gastamos en el mundo en que vivimos, sin necesidad de que nadie nos la meta, no es de extrañar que ni siquiera tengamos tiempo de aprender y acomodarnos a los cambios, y en lugar de asimilar las nuevas vivencias, las sobrescribamos apenas las hemos disfrutado. De ahí que, a menudo, vayamos dando palos de ciego y, olvidando el refrán, nos conduzcamos a salto de mata, como si pudiéramos ejercer de lazarillos de alguien distinto de nosotros mismos. Por eso, resulta «no sé cómo» que alguien que no sabe quién es ni lo que quiere ser, se autodefina como progresista pues no hace falta correr tanto cuando no se va a ninguna parte, quizá porque se ignora de dónde se viene. Con todo, siempre será mejor ir hacia delante pero mirando de reojo, por si las moscas, y dándose la vuelta, de vez en cuando y con disimulo, no sea que, si te descuidas, te den por .… chulo.