domingo, 21 de agosto de 2011

LA CERVEZA

Un hombre entró en un bar y pidió una cerveza. Al acabar de beber, sacó una foto del bolsillo, la miró y pidió otra. Cuando ya llevaba cuatro cañas, el camarero, intrigado, le preguntó: 
- ¿Por qué, después de cada cerveza, mira la foto?. 
El hombre contestó: 
- Es la foto de mi mujer y, cuando empiezo a verla guapa, comprendo que es la hora de volver a casa.

(“Extraído del Libro de la puta vida”)

A pesar de que suene a obviedad, lo que podría ser nunca coincide con lo que es en realidad. De este modo, tal y como están las cosas, me inclino a pensar que cada vez somos más los que sobrevivimos un tanto acojonados pero no nos reconocemos en la masa de «indignados» y, aunque no renunciamos a una buena tapa, tampoco nos emocionamos con «la juventud del papa». Unos y otros se muestran como signos evidentes de una sociedad adolescente y a los cuales, en cuatro días, probablemente, se les habrá pasado, con perdón, la tontería: las calles recuperarán su particular monotonía y las iglesias continuarán vacías. Yo creo que hay un mundo mejor pero debe ser carísimo. Por eso, huye muy lentamente de las tentaciones para que puedan alcanzarte, porque lo triste no es ir al cementerio sino quedarte.

domingo, 7 de agosto de 2011

SINCERIDAD

El Maestro solía decir que la sinceridad no era suficiente y lo que hacía falta era honradez.
- ¿Y cuál es la diferencia?, le preguntaron.
- La honradez consiste en estar constantemente abierto a la realidad, dijo el Maestro, mientras que la sinceridad no es otra cosa que creerse la propia propaganda.

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

Generalmente, la gente busca y, a menudo, encuentra en la relación que establece con los demás un cierto grado de satisfacción. Pero hay personas que, al margen del reconocimiento social, necesitan rodearse de otros mortales para reconocerse a sí mismas como tales. De esta manera, surgen algunas minorías que construyen su identidad dentro del grupo a través de la demonización de los que sitúan fuera, colocando enfrente a quienes viven al lado y convirtiendo al vecino en el enemigo a combatir. Esa obsesión por travestir en ajeno al anejo lleva en más de una ocasión, a que entre estar indignados y ser indignos no quepa un pelo de conejo, pues siempre que alguien quiera ser aprovechado encontrará a quien le permita ser engañado. Por tanto, siendo honrada, he de admitir que las ideas no son responsables de los que creen en ellas y que, si nos empeñamos en perseguir lo incierto, entonces podemos perder lo seguro.