Un peregrino al que todo le parecía mal se hallaba en medio del camino gesticulando visiblemente y maldiciendo al barro que, adherido en una masa pegajosa alrededor de sus pies, le dificultaba la marcha. En esas estaba cuando le alcanzó otro peregrino con pegotes de barro hasta las rodillas.
- ¿Por qué maldices el barro?, le preguntó con una sonrisa amable.
- ¿Cómo que por qué lo maldigo?, respondió el otro enfurecido. ¿Acaso no es para maldecirlo?
- Cuando llueve se hace barro, respondió tranquilamente el primero, y el caminante sabe que va a tener que caminar sobre él.
- ¿Qué?, exclamó sorprendido el malhumorado.
- Que mientras sigamos pegados al suelo, tendremos que aceptar las consecuencias de estar pegados al suelo.
El peregrino al que todo le parecía mal miró con desconfianza al otro.
- Sí, claro. Pero si saben que este tramo del Camino hace tanto barro cuando llueve, al menos podrían haberlo asfaltado.
- Entonces ya no sería un camino, sería una carretera, le dijo el otro sin perder la compostura, y para eso más te valdría ir en automóvil a Santiago. Te ahorrarías enfados.
Y en un arrebato de furia, el peregrino al que todo le parecía mal le dio con el bordón en la cabeza al otro, y dejándolo maltrecho en el barro se fue a grandes zancadas, lanzando maldiciones sobre los peregrinos que todo lo ven bien.
- Al menos se ha olvidado del barro, dijo entre lamentos el peregrino herido.
(“El Camino de Santiago es el camino de la vida” Grian)