miércoles, 16 de julio de 2008

EL BARRO

Un peregrino al que todo le parecía mal se hallaba en medio del camino gesticulando visiblemente y maldiciendo al barro que, adherido en una masa pegajosa alrededor de sus pies, le dificultaba la marcha. En esas estaba cuando le alcanzó otro peregrino con pegotes de barro hasta las rodillas.

- ¿Por qué maldices el barro?, le preguntó con una sonrisa amable.

- ¿Cómo que por qué lo maldigo?, respondió el otro enfurecido. ¿Acaso no es para maldecirlo?

- Cuando llueve se hace barro, respondió tranquilamente el primero, y el caminante sabe que va a tener que caminar sobre él.

- ¿Qué?, exclamó sorprendido el malhumorado.

- Que mientras sigamos pegados al suelo, tendremos que aceptar las consecuencias de estar pegados al suelo.

El peregrino al que todo le parecía mal miró con desconfianza al otro.

- Sí, claro. Pero si saben que este tramo del Camino hace tanto barro cuando llueve, al menos podrían haberlo asfaltado.

- Entonces ya no sería un camino, sería una carretera, le dijo el otro sin perder la compostura, y para eso más te valdría ir en automóvil a Santiago. Te ahorrarías enfados.

Y en un arrebato de furia, el peregrino al que todo le parecía mal le dio con el bordón en la cabeza al otro, y dejándolo maltrecho en el barro se fue a grandes zancadas, lanzando maldiciones sobre los peregrinos que todo lo ven bien.

- Al menos se ha olvidado del barro, dijo entre lamentos el peregrino herido.

(“El Camino de Santiago es el camino de la vida” Grian)

Algunas personas perviven a lo largo de su vida en una situación de dependencia pueril que les vuelve incapaces de encajar las limitaciones que se derivan de lo más genuino de la naturaleza humana. Además, sea lo que sea lo que hagamos o digamos, siempre habrá gente a la que le caeremos en gracia y otros a los que les sentará como una patada en la entrepierna pues ni siquiera Dios es capaz de contentar a todo el mundo. Por eso, cuando no se puede o no conviene cambiar la realidad, es mejor aceptarla y mirar al futuro con esperanza ya que, por muy guapas y listas que parezcamos, los pelos del chichi se nos mojan cuando meamos.

domingo, 13 de julio de 2008

EL ASTRONAUTA

Un astronauta, interrogado acerca de cómo se sentía al regresar de un viaje espacial en el que había recorrido quinientas veces una órbita alrededor de la tierra, respondió:

- ¡Agotado! ¡Figúrense las veces que he tenido que recitar las oraciones de la mañana, del mediodía, de la tarde y de la noche que prescribe mi religión!.

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

De la misma manera que las creencias tradicionales recurren a la sutileza de conceptos como conciencia, culpa o pecado para autorregular y controlar el comportamiento de sus fieles, también las diferentes manifestaciones de la religión civil intentan fijar la conducta de sus devotos ciudadanos, aunque sea preciso hacerlo a golpe de decreto. Por eso, en una época en la que está mejor visto desobedecer a Dios antes que a los hombres, si tengo que elegir entre funcionarios de ventanilla o de confesonario, me quedo con aquéllas que nos precederán en el reino de los cielos pues no ponen tantos reparos a la hora de prestar sus servicios. Con todo, considerando lo cansada y cansina que puede resultar la práctica religiosa, incluso en su versión más laicista, pienso que es más recomendable vivir «como dios» que trabajar en su obra ya que pocos son los llamados y muchos más los desencantados.

sábado, 5 de julio de 2008

EL LEÑADOR

Un individuo fue contratado por un investigador, el cual le condujo a un patio, le dio un hacha y le dijo:

- ¿Ve usted ese tronco? Pues bien, quiero estudiar en usted todos los movimientos que se ejecutan para cortarlo… Sólo que deberá emplear el lado romo del hacha, no el filo. Le daré cien euros por hora.

El hombre creyó que aquel tipo estaba loco, pero la paga parecía excelente, de manera que se puso manos a la obra. Sin embargo, dos horas más tarde le dijo:

- Lo siento, señor, pero abandono…

- ¿Qué pasa? ¿No está usted conforme con la paga estipulada? ¡Le daré el doble!

- No es eso, dijo el otro. La paga está bien. Lo único es que, cuando corto leña, estoy acostumbrado a ver volar las astillas.

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

Al parecer, hay determinados aspectos en nuestra vida y en la de los otros que no nos gustan, pero que no tienen otra forma de ser distinta de la que acostumbramos a ofrecer de manera que, por mucho que nos empeñemos en modificarlos, tan sólo conseguimos acumular fracasos, o lo que es peor, frustrarnos. La propuesta, como siempre, es más fácil para aconsejarla a los demás que para aplicarla en las propias carnes, a saber: ser y dejar ser diferente de manera natural, sabiendo que lo urgente no es siempre lo más importante ni lo importante es siempre tan urgente. Así que, ¡quieto, rayo!.