lunes, 15 de diciembre de 2008

EL ABRIGO

Al bajar de la terraza de su casa, donde acababa de echarse la siesta, Nasrudin dio un traspié al pisar un escalón y rodó escaleras abajo.

- Pero ¿qué pasa?, le gritó su mujer que, desde la cocina, había oído el ruido de su caída.

- Nada importante, respondió Nasrudin poniéndose en pié. Ha sido mi abrigo que se ha caído por la escalera.

- ¿Tu abrigo?... Pero ¿y ese ruido?

- El ruido ha sido porque yo iba dentro.

(“La sabiduría de los cuentos” A. Jodorowsky)

Resulta sorprendente la apelación que hacen algunos al contexto en el que suceden las cosas para ocultar la responsabilidad personal, y la calificación de los hechos o las opiniones como desafortunadas, buscando desligarlas de la intencionalidad de quien las pronuncia o los ejecuta. Pero no es menos llamativa la re-acción infantil de los que se ponen de parte de una realidad que creen irreversible y la postura de aquellos que, invocando la estupidez de su eterna adolescencia, espetan y/o esputan, tratando de colorear su triste vida, que no se arrepienten de nada. En cualquier caso, tanto los de antes como los de ahora, se sitúen a un lado o enfrente, cacarean sus proclamas desde una pretendida falsa coherencia que, por más que les pueda reconfortar, no por eso deja de ser, a riesgo de que me tachen de palurda y a mi humilde modo de ver, simple y llanamente, una consecuencia absurda. ¡Joder!