El
verano pasado mi hijo cumplió cuatro años y, al soplar las velas, mi mujer y yo
le dijimos:
-
Cariño, pide un deseo. A ver, ¿qué has pedido?
Y
el niño, mirándonos todo ilusionado, contestó:
-
Una playstation o un hermanito.
Mi
mujer y yo nos miramos, y dijimos:
- ¡Joder!,
la playstation son ochenta mil.
Así
que fuimos a por la parejita. Si lo llego a saber, va ella sola. Hay que ver lo
rápido que se queda embarazada una novia, y lo que cuesta dejar embarazada a tu
mujer…
¡Es
verdad! Tú llevas un mes saliendo con una chica, estás parado, les caes mal a
sus padres, no te quitas el condón ni para ducharte… y la dejas embarazada a la
primera.
Ahora,
como vayáis a por el niño… Es más fácil sacarla de España de tanto empujar, que
dejarla embarazada. Eso sí, os ponéis los dos muy melosos: velitas, incienso,
música de ambiente…, porque piensas:
-
“Vamos a hacerlo con mucho cariño para que sea fruto del amor”.
Pero
después de seis meses sin que se quede embarazada, dices:
-
“A ver si va a ser mejor que sea fruto de un polvo”.
Sí,
porque pasa como en el fútbol. Jugar bonito le gusta a todo el mundo, pero lo
que cuenta es meter gol.
Así
que vais a consultar al ginecólogo, y el tío te dice:
-
Esto es normal. Tenéis que insistir más.
Total,
que te receta los polvos como si fueran Frenadol.
-
Tres al día cada ocho horas.
Y
cuando llevas dos meses a ese ritmo, te quieres morir. Lo peor es la semana de
la ovulación porque, por lo visto en esos días sube la temperatura, y eso
aumenta la fertilidad.
Así
que mi mujer está todo el día con el termómetro. Y claro, de repente, estás en
medio de una reunión y suena el teléfono:
-
Cariño, me ha subido. Vente corriendo. Tiene que ser ahora mismo.
Y a
ver cómo se lo explicas a tu jefe:
-
Mire, me tengo que ir porque a mi mujer le ha subido la temperatura.
-
¿Y no puede atenderla un médico?
-
Hombre, preferiría que el niño fuera mío.
Llegas
a casa y te la encuentras ya desnuda y preparada, que dices:
-
¡Jo, yo así no puedo! Esto es como comer pipas peladas.
Y
es que ella no piensa en otra cosa. ¡Coño, que parece un tío!
Yo
me siento como una máquina. Vamos que, cuando terminamos, me dan ganas de
decirle:
-
¡Su espermatozoide, gracias!
Y,
encima, todo el mundo te da consejos:
- “Hacedlo
en la postura del misionero, con la luna llena; que ella se ponga un cojín
debajo y después de hacerlo se pegue media hora tumbada con los pies en alto”.
¡Joder!
Es la primera vez que soy yo el que tiene que decirle a ella:
-
¡Aguanta, aguanta un poco más!
Al
final, cuando vimos que no había forma, volvimos al médico, y va y me dice:
-
Bueno, pues lo mejor va a ser que se haga un análisis de semen, porque puede
que tenga usted pocos espermatozoides.
Y
tú piensas:
- “Seis
meses a seis polvos diarios… ¡Lo que me extraña es que me quede alguno!”.
Y
el médico:
-
Aunque también podría tratarse de astenospermia, o sea, lo que se conoce como
espermatozoides vagos.
Y
mi mujer:
- ¡Pues
va a ser eso! Porque se pasa el día tocándose los huevos.
Y
el otro:
-
Usted no se preocupe, que si es eso, podemos extraerlos e implantarlos en el
óvulo.
¡Sí
hombre! Una cosa es que sean vagos, y otra ponerles taxi para recorrer doce
centímetros.
Y
el médico:
-
Es que esto es muy difícil. Tenga en cuenta que de millones de espermatozoides
sólo puede ganar uno.
¡Mira,
como en Gran Hermano! El caso es que tienes que hacerte el análisis. Te meten
en una habitación con un vasito y un montón de revistas porno, y te sientas
allí a ver si se anima. Pero estás mirando un montón de fotos de tías en
pelotas y lo único que piensas es:
-
“Fíjate ésta… con las caderas tan estrechas va a tener problemas en el parto. Y
esta otra… con toda la silicona que se ha metido, ¡a ver cómo amamanta al
niño!”.
Y
además, mi mujer pregunta desde fuera:
-
¿Has terminado ya? ¡En casa no aguantas tanto!
Al
final, con más voluntad que otra cosa, consigues llenar el vasito. Pero luego
te pasas toda la semana jodido mientras esperas los resultados. Y lo peor de
todo es que empiezas a dudar de que el niño que ya tienes sea tuyo. Miras al
niño y piensas:
-
“De acuerdo. Es clavado a mí pero yo tengo una cara muy corriente”.
Y
te acuerdas de la insistencia de tu mujer en ponerle Alejandro. ¿Qué pasa, que
Santi no es bonito? Y ya para colmo, es cuando llega tu suegra y le dice:
-
¡Qué niño tan listo! ¿A quién habrá salido?
Que
ahí ya dices:
-
¡Coño, es verdad! A ver si tampoco va a ser de mi mujer.
De
pronto, reaccionas:
¡Joder,
me estoy emparanoiando! ¡Es mío!
Hay
que tener en cuenta que, en aquel tiempo, dejarla embarazada era más fácil: yo
estaba en paro, mis suegros me odiaban y me ponía condón. ¡Lo teníamos todo a
favor!
Al
final, nos dieron los resultados y no me pasa nada. Lo que tengo es estrés.
Así
que le he comprado la play al niño, para ver si jugando me relajo un poco.
(“Extraído
del Libro de la puta vida”)
A poco que nos fijemos, resulta controvertido observar
que el tiempo nos cunde menos cuando creemos que más podemos, que cada vez es
más lo que ignoramos por más que nos empeñemos en estar bien informados, o que
nos volvemos más desafectados cuanto mayor es el número de sensaciones
experimentado. Y eso nos lleva a estar constantemente ensayando nuevos personajes
y cambiando de chaqueta que no de traje, lo cual, en lugar de dejarnos
satisfechos, nos seduce primero hacia el desencanto y, más pronto que tarde, nos
sumerge en la indiferencia. No se trata de reivindicar un antes en el que
supuestamente se vivía mejor, entre otras razones, porque no es cierto mas que
en el anhelo de aquéllos que no tienen cojones para enfrentarse a un ahora que
les desborda y les hace tener visiones. Lo que pasa es que nos quedamos
apollardaos ante el escaparate de todo lo que podemos elegir y olvidamos que lo
principal es saber hacerlo, pues nadie puede querer recuperar algo que no
siente que ha perdido y ningún tonto se ha quejado nunca de serlo. Así que no
les debe ir tan mal.