sábado, 26 de junio de 2010

EL ACCIDENTE

Dos coches, uno conducido por una mujer y el otro por un hombre, chocaron de frente. El golpe fue tan violento que los coches quedaron completamente destrozados. Pero, increíblemente, ninguno de los dos salió lastimado. Después de bajar del coche, la mujer exclamó:

- ¡Ay, Dios mío!, mire cómo han quedado nuestros coches y milagrosamente nosotros no tenemos ni un rasguño. Debe ser una señal de Dios el que debíamos conocernos, ser amigos, vivir juntos en paz y hacer el amor por el resto de nuestros días.

El hombre contestó:

- ¡Oh, sí!, estoy completamente de acuerdo. Esto debe ser una señal divina.

La mujer continuó:

- Mire, otro milagro. Mi coche está completamente destruido pero esta botella de vino está intacta. Seguro que Dios quiere que nos la bebamos y celebremos nuestra buena suerte.

Y le entregó la botella al hombre, que movió su cabeza con gesto de aprobación. El hombre abrió la botella, bebió la mitad y se la pasó a la mujer. Ella cogió la botella, le puso el tapón y se la devolvió al hombre. Éste, contrariado, preguntó:

- Pero, ¿no va a beber?

La mujer respondió:

- No, creo que será mejor que espere a la policía…

(“Extraído del Libro de la Vida”)

La inmensa mayoría de la gente, más o menos, considera que sus experiencias afectivas son únicas pero lo cierto es que todas se vuelven tediosas y complicadas si se intenta comprenderlas. Y eso es algo que ocurre, calculando por lo bajo, en el noventa y nueve por ciento de los casos, cuando se piensa con el corazón y se siente con la cabeza, porque la lógica de los sentimientos arranca de una situación ideal para, a continuación, atravesar sus peores momentos y desembocar, con el tiempo, en una apatía aparente pues lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia y, a quien lo ha entregado todo, ya no le es posible ofrecer solamente algo. Lo racional, en cambio, sería ir disminuyendo progresivamente desde una posición óptima de partida a otra menos buena para terminar en una realmente negativa. Por eso, versionando a alguien que siempre disfrutó de la vida con moderación: cuando me analizo a mí misma, me deprimo pero, si me comparo con otras, me doy cuenta de que soy la ostia. Así que, a pesar de que tenga la posibilidad de tirarle los trastos a algún católico de los que ponen banderillas sin que les gusten los cuernos no estoy por la labor porque, aunque no sea diabética, me horroriza la idea de la luna de miel.