sábado, 21 de junio de 2008

EL CIEMPIES

Un ciempiés acudió a un sabio y viejo búho quejándose de que padecía gota, lo cual le hacía tener fuertes dolores en cada una de sus cien patas.

- ¿Qué puedo hacer?, le preguntó.

Tras reflexionar seriamente sobre el asunto, el búho aconsejó al ciempiés que se convirtiera en una ardilla: al tener sólo cuatro patas, le habría desaparecido el noventa y seis por ciento de sus dolores. El ciempiés le dijo:

- Es una idea espléndida. Ahora dime qué puedo hacer para convertirme en ardilla.

- ¡No me fastidies con eso!, contestó el búho. Lo mío son los principios...

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

La supuesta fidelidad a sus principios lleva a algunos a considerar que la tolerancia es una virtud que acompaña a la coherencia cuando es, más bien, su consecuencia, sin tener en cuenta, como dice un autor, que a aquellos que nada más pueden ofrecer, tal vez Dios sólo les pida un sollozo de impotencia. Pero, si no tenemos otro pito que tocar ni otra cosa que aportarles, es preferible, incluso por higiene, que no les toquemos sus opiniones y su rima mal sonante, a pesar de que nos puedan resultar más equivocadas que las nuestras. Quizá el cambio de posición y la ampliación de las perspectivas nos den una visión integrada y, en cierta medida, más aproximada de la propia realidad y la del otro. De ese modo, por mucho que nos movamos, siempre saldremos en la foto. Y, dicho sea de paso, si te cuentan que nadie le ha visto, es porque se muda y nunca se está quieto.

2 comentarios:

edu dijo...

La línea que separa la fidelidad a unos principios de la intolerancia no tiene porqué ser pequeña, pero normalmente es mal entendida.
Sobre todo porque la capacidad de empatía del personal está más bien por los suelos...

Anónimo dijo...

¡Cómo mola haber adquirido la altura suficiente para poder ver mi propia mierda desde arriba! Gracias Burka.