Mi abuelo era bastante borrachín. Lo que más le gustaba era beber anís turco.
Bebía anís y le añadía agua, para rebajarlo, pero se emborrachaba igual.
Entonces bebía whisky con agua y se emborrachaba.
Y bebía vino con agua y se emborrachaba.
Hasta que un día decidió curarse…
y dejó… ¡el agua!
(“Déjame que te cuente” Jorge Bucay)
Cuando pensamos que todo está ya determinado, nos volvemos derrotistas y atribuimos lo que nos ocurre a la casualidad, lo cual nos lleva a no responsabilizarnos de nuestras acciones. Por el contrario, si creemos que somos capaces de cambiar las cosas y que todo sucede no por azar sino en base a maravillosas coincidencias, tendemos a ver la vida de forma positiva y nos hacemos más responsables. Por eso, ¡cuánto más reducimos la posibilidad de equivocarnos más eliminamos la probabilidad de aprender!
2 comentarios:
Por lo tanto será mejor pensar de forma positiva y arriesgarnos al error, que estar mirando los toros desde la seguridad de la barrera...
¡Que coño! Conviene llegar a obispo cuanto antes y no beber ni gota de agua el resto de nuestros días.
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