lunes, 21 de diciembre de 2009

EL CONSOLADOR

Un individuo se encontró por casualidad con un amigo al que no había visto desde hacía bastante tiempo.

- ¿Cómo estás?, le preguntó entusiasmado.

El otro bajó la cabeza y, entre sollozos, respondió:

- Y ¿cómo quieres que esté? Acabo de enterrar a mi padre.

El hombre, tratando de animarlo, le dijo:

- No te preocupes. Si igual, ni era.

(Relato extraído del Libro de la Vida)

No es casual sino causal que los desocupados estén preocupados y que los ocupados parezcan más despreocupados. Pero, ¿por qué siempre hay que valorar que algo sea malo, bueno o regular? ¿por qué es obligado elegir entre lo que se cree que es lo mejor, lo peor o un mal menor? ¿por qué posicionarse en contra o a favor de todo o de nada, de una idea cualquiera o de otra determinada? La alternativa a esos frentes sociales o populares que surgen de una encuesta que recaba la opinión de la gente que no sabe pero sí contesta, puede ser una abstención existencial que no exija como condición tomar partido por alguna opción, eso sí, siempre que no se sufra el síndrome del artista, que consiste en disfrutar cuando el que te da por detrás se autocalifica como progresista y hacerse la estrecha si el que te encula se sitúa ideológicamente a la derecha. Y es que, a diferencia de lo que se suele pensar, la última palabra siempre la tiene el eco.

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