En cierta ocasión, el Maestro contó que, al resistirse su hija pequeña a acudir a un campamento de verano, él, para tratar de disipar sus recelos, compró unas cuantas tarjetas postales, puso en todas ellas su propio nombre y dirección, y se las dio a su hija:
- Ahora, le dijo, escribe cada día «Me encuentro perfectamente» en una de estas tarjetas y échala al correo.
La niña, tras reflexionar un momento, preguntó:
- ¿Cómo se escribe «miserable»?.
(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)
La gente se pasa la vida intentando encontrar la felicidad como si estuviera condenada a ello cuando, a juzgar por las experiencias que no por las apariencias, ni siquiera entra en el terreno de la probabilidad. No se aspira, por tanto, a ser dichosa y mucho menos bienaventurada si una se conforma con ser un poco menos desgraciada. Una posible opción sería, entonces, rebajar las propias expectativas, acomodando los deseos a la realidad sin esperar que se cumplan, pues en los tiempos que corren parece que ni soñar estuviera al alcance de todos. Por eso, reivindico la capacidad y el derecho a decidir no ser feliz de manera que cuando alguien me pregunte «¿Qué tal?», sin caer en una estúpida retórica y con toda naturalidad, le pueda contestar: «Pues mal».
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