- Cuando cae una rebanada de pan al suelo, ¿dónde queda el lado untado de mantequilla: arriba o abajo?
- Abajo, naturalmente.
- No, señor, arriba.
- Hagamos la prueba.
Se untó de mantequilla por un lado una rebanada de pan, se arrojó al aire… y cayó con la mantequilla hacia arriba.
- ¡He ganado!
- Porque he cometido un error.
- ¿Qué error?
- Evidentemente, he untado el lado equivocado.
(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)
¿Para qué empeñarse en dar la razón a alguien cuando sencillamente no la puede tener o no la necesita? La adolescencia, sea cual sea su edad y su pelaje, se caracteriza por tener un pensamiento enmarañado (que no elaborado) y construido sobre pajas mentales que, lejos de dirigirse a explorar nuevas posibilidades de ser, es desaprovechado en lamentos y justificaciones del comportamiento si se refiere a uno mismo, y en puro cotorreo, hablar por hablar, cuando se trata de los demás. A menudo, oímos y decimos que hablando se entiende la gente…, si quiere, añado yo, pues no es obligatorio. Por eso, a quienes tengan a bien pertenecer a ese colectivo, les ruego encarecidamente, sin ánimo de molestar y agradeciéndolo de antemano, que si no tienen nada que decir, aunque no lo crean así, no me lo digan a mí.
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