lunes, 24 de noviembre de 2008

EL TAXISTA

Un profesor bastante distraído llegaba tarde a dar su clase. Saltó dentro de un taxi y gritó:

- ¡Deprisa! ¡A toda velocidad!

Mientras el taxista cumplía la orden, el profesor cayó en la cuenta de que no le había dicho adónde tenía que ir. De modo que volvió a gritarle:

- ¿Sabe usted adónde quiero ir?

- No, señor, dijo el taxista, pero conduzco lo más rápido que puedo.

(“Un minuto para el absurdo” A. De Mello)

Dada la prisa que gastamos en el mundo en que vivimos, sin necesidad de que nadie nos la meta, no es de extrañar que ni siquiera tengamos tiempo de aprender y acomodarnos a los cambios, y en lugar de asimilar las nuevas vivencias, las sobrescribamos apenas las hemos disfrutado. De ahí que, a menudo, vayamos dando palos de ciego y, olvidando el refrán, nos conduzcamos a salto de mata, como si pudiéramos ejercer de lazarillos de alguien distinto de nosotros mismos. Por eso, resulta «no sé cómo» que alguien que no sabe quién es ni lo que quiere ser, se autodefina como progresista pues no hace falta correr tanto cuando no se va a ninguna parte, quizá porque se ignora de dónde se viene. Con todo, siempre será mejor ir hacia delante pero mirando de reojo, por si las moscas, y dándose la vuelta, de vez en cuando y con disimulo, no sea que, si te descuidas, te den por .… chulo.

2 comentarios:

Beatriz Cuesta Pérez dijo...

Tienes toda la razón, vamos tan deprisa siempre… que no nos damos tiempo de las cosas, de lo que sucede. Llegando a desear que el día tuviera más días para poder disfrutar de esas pequeñas cosas que no has podido disfrutar en las horas reales.
A medida que iba leyendo el texto me recordaba al libro de “Momo”, que habla sobre esto. Si no te lo has leído te lo aconsejo.

Un saludo

Anónimo dijo...

¡No sabía que el protagonista del cuento era un profesor!